Por: Roberto Toledo. Periodista.
Cursé mi educación básica
entre 1981 y 1988. Todos los años en los actos de septiembre, mi escuela fiscal
con número de portaaviones se adornaba con banderas, guirnaldas y la alegría de
la primavera. Por esos años, un
profesor, el Sr. Campos, hacía cantar a su curso integrado por hombres la
canción "la petaquita" de Violeta Parra. Era divertido ver y escuchar
a un coro de más o menos quince pelusones cantando, muy serios, frases como:
"Tengo una petaquita, para ir guardando, las penas y pesares, que voy
pasando. Pero algún día, pero algún día, abro la petaquita y la encuentro
vacía". Y así, año tras año y en distintas actuaciones, los mismos
tontorrones cantaban al unísono y moviéndose en vaivén "tengo una
petaquita, para ir guardando, las penas y pesares que voy pasando", mientras
el Sr. Campos, muy serio, los dirigía.
Así conocí a Violeta
Parra de manera consciente. Mi abuela Rosa, que escuchaba radio en el campo,
cantaba otra canción: "Dónde estás prenda querida, dueña de mi
pensamiento". La susurraba bajito, como divagando. Con los años, "gracias
a la vida" y "volver a los 17" se escuchaban en la televisión de
la dictadura bajo la siútica interpretación de aquellos cantantes que la
homenajeaban sólo para el espectáculo.
Bueno, eran otros tiempos, otra televisión.
Pero la epifanía vino a mí
un día al final de la década de los años noventa cuando en un disco compacto de
Violeta escuché los siguientes versos: "Me mandaron una carta, por el
correo temprano, en esa carta me dicen que cayó preso mi hermano y sin lástima
con grillos, por la calle lo arrastraron". Abrí los ojos y los pelos de
mis brazos se erizaron como alambre. "La carta dice el motivo, que ha
cometido Roberto (coincidencia), haber apoyado el paro que ya se había resuelto.
Si acaso esto es un motivo, presa también voy sargento".
La canción seguía sonando
y los versos de Violeta Parra eran una ráfaga:
“Yo que me encuentro tan
lejos, esperando una noticia, me viene a decir la carta que en mi patria no hay
justicia, los hambrientos piden pan, plomo les da la milicia”.
“De esta manera pomposa,
quieren conservar su asiento, los de abanico y de frac sin tener merecimiento,
van y vienen de la iglesia y olvidan los mandamientos, sí”.
“Abrase visto insolencia,
barbarie y alevosía, de presentar el trabuco y matar a sangre fría, a quien
defensa no tiene con las dos manos vacías, sí”
La carta que he recibido
me pide contestación, yo pido que se propale por toda la población, que el león
es un sanguinario en toda generación”.
“Por suerte tengo
guitarra, para llorar mi dolor, también tengo nueve hermanos fuera del que se
engrilló, los nueve son comunistas con el favor de mi Dios, sí”
Con el nacimiento de la
nueva canción, atrás queda el neo folclore, aquella expresión potijunta
recargada de lirismo que le cantaba al corralero, a la china de la hacienda
entregada al patrón por el derecho de pernada, al sauce llorón o al hijo del
patrón: aquel huaso afeminado que lucía sus espuelas de plata, en fin, a la
postal.
Luego a partir de 1964
con el Presidente don Eduardo Frei Montalva, Chile comienza su efervescencia
social impulsada por al reforma agraria. La historia de estos avances concluye
aquel fatídico 11 de septiembre de 1973 y Chile vuelve a tornarse durante 17
años en un país en penumbras.
La carta, dedicada a don
Luis Roberto Parra Sandoval, su hermano, lanza su dardo al Presidente Arturo
Alessandri, el “león de Tarapacá”, responsable de la matanza del Seguro Obrero
el 5 de septiembre de 1938, en donde la policía asesina 59 jóvenes nacistas
(con “c”) partidarios de Ibáñez, que querían hacerle un golpe de estado.
Nuestra historia. Nuestra
infamia.
Pero la canción
sobrevive, otras, como esta que capturan su esencia, nos siguen despertando.
Ultra Violeta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario