Por: Roberto Toledo, Periodista.
Entre mis recuerdos de
niñez aparece en el muro de la habitación de mi tía Ana un póster de Camilo
Sesto, que apareció “gratis” por aquella época en la Revista Ritmo, clásico
pasquín de moda, música y esquema juvenil de ese tiempo.
Y ahí estaba el póster de
Camilo Sesto pegado al muro. Cada visita a casa de mi abuela, en la habitación
de mi tía Ana estaba Camilo Sesto, la misma cara de la foto que acompaña esta
nota. Como vigilante solitario que miraba de frente y desde el muro: la cama de
mi tía.
Y así fueron pasando los
años.
Cada visita a esa casa
estaba Camilo Sesto. Imperecedero. Primavera, verano, otoño, invierno.
Inundaciones, terremotos, siembras y cosechas. Camilo estaba ahí observando
todo como testigo de la presencia, la ausencia, la alegría, la tristeza, la
vida y la muerte de esa familia.
Una vez después de muchos
años, mejor dicho, un par de décadas, ya en el mundo de la internet mi
impresión fue notoria al darme cuenta de que Camilo Sesto seguía pegado en el
muro, como algo fuera de época o demodé. Lo miré más de cerca y no de tan
arriba. Claro, yo había crecido. Camilo ya no parecía estar tan arriba.
De pie y cruzado de
brazos me pregunté lo mismo: ¿Cuántos años lleva este póster aquí?
El papel ya se estaba
poniendo sepia evidenciando que la época de los setenta ya había quedado atrás
hacía bastante tiempo.
Sin embargo, por ahí en
2015 el póster ya no estaba. Hasta lo extrañé por el recuerdo sentimental de
haber sido parte del escenario familiar por años. Y un día, en una reunión de
familia encontré a mi tía Ana y le pregunté por el póster:
- ¿Oiga tía y el póster
de Camilo Sesto que tenía en su pieza?
Mi tía, que no se
caracteriza por su sutileza me miró extrañada por la pregunta y me respondió
lejos de todo atisbo de nostalgia:
- ¡Lo saqué poh, me
aburrió ese weón maricón!
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