Por Roberto Toledo. Periodista
A más de tres décadas de
Corazones
En 2020 el disco “corazones”
del grupo Los Prisioneros cumplió 30 años. Hoy en 2024 ya contamos 34. Sí, 34
años. Hace 34 años, quien suscribe tenía 15 años.
Y claro, la línea de tiempo
avanza sin piedad. Ahora soy el viejo con su "música de antes".
En 1990 Chile era otro
país y el ambiente era de optimismo. Un año y diez meses antes había ganado el
No a Pinochet. Y en marzo del 90 asumió la presidencia don Patricio Aylwin. Ya
no era ese Chile de ropa gris. La gente salió a la calle. Todos hablaban con
todos: los vecinos, mis padres incluidos, conversaban de democracia, palabra
que estuvo vetada en los años de dictadura. Ellos, como todos los que vivieron
los rigores del golpe de estado, sabían muy bien lo que eso significaba y la
miseria que trajo consigo en el futuro. El sector burgués con los militares
implantó en Chile un sistema económico que hizo creer a los pobres de clase
media, que serían ricos en base a la tarjeta de crédito.
Hoy Chile es una melcocha
extraña. Su gente “opina” con teléfono en mano de lo que sea. Un país maniaco
depresivo que viaja a un resort en el caribe por cuatro días, seis noches y
está un año pagando su aspiracional descanso.
En 2020 se escribió todo
respecto del disco corazones y su 30 aniversario. Y a los fans de la música, nos
queda recordar.
El 20 de mayo del 90 fue domingo.
Ese día salió el casete al mercado. En Chile, el 21 de mayo es festivo porque
se celebran nuestras Glorias Navales por la Guerra del Pacífico.
Recuerdo que mi caset lo
compré los primeros días de junio. Me costó $1.500, luca y media. Ese era el
precio en promedio de los casetes en aquella época. Tren al sur ya sonaba en las
radios AM de la provincia. Amiga mía, también y de este último, tengo el disco sencillo
en 45 RPM.
A los 15 años es la edad
justa para comenzar el amor. Pero aparte de las mujeres y las vivencias
personales, esta música me marcó para siempre.
Hay muchos por qué.
Crecí en la década de los
80, por eso era extraño oír a Los Prisioneros cantar al amor en todo un disco.
Pero venían con un producto moderno que sigue sonando como tal. La nueva
política no los quería -así como muchas otras cosas- porque eran personajes del
pasado y ese pasado debía borrarse. Pero la música triunfó, porque refrescaron
el ambiente, a pesar de que sus protagonistas han declarado que “costó meter el
disco en las radios”.
Verano de 1991. Pudo ser
enero o febrero.
Tengo un recuerdo en
Pichilemu. Los Prisioneros se presentaron en el gimnasio municipal. Estamos
escuchando en la radio de un furgón pan de molde el concierto transmitido por
la emisora local. Jorge González habla:
"Yo cuando chico
venía a Pichilemu, tengo una foto en blanco y negro con mi mamá".
- ¿Y si vamos?
Dicho y hecho.
Parados afuera del
gimnasio, escuchábamos la música. De repente aparecen tres rubias, al parecer
hermanas. Nos pasan sus entradas y nos dicen: ¡Entren, nosotras nos tenemos que
ir!
Esto fue un milagro y les
agradezco por siempre a esos tres bellos ángeles.
Al entrar al recinto, veo
por primera vez a los míticos prisioneros. Tapia en su moderna batería. Cecilia
Aguayo parecía una hermosa gata que bailaba detrás del teclado. Y Jorge
González flaco con una guitarra electroacústica negra. Tocaban el tema "con
suavidad" y el sonido de esos sintetizadores era para mí, de otro planeta.
Aclaro que, para mí,
porque me crie al lado del recinto donde se hacían las fondas. Mi referencia de
banda en vivo hasta ese momento era: la orquesta de cumbia y el grupo
folklórico de huasos.
En momento de pausa, un
tipo de la primera fila le grita a Jorge González: ¡la voz de los ochenta!
Y JG pone su cara de
vinagre, tan característica de nuestro genio rockero.
Podría recordar muchas
cosas más.
Podría comentar de
cuestiones que ya están dichas pero que no me competen. Insisto en que solo
escribo desde la vereda de un fanático de la música.
Hasta podría hablar de
las mujeres que me han acompañado en la vida: las "amigas mías".
- ¿Para qué?
No obstante, el efecto
del disco corazones fue tan fuerte, que personalmente no volví a sentir
frescura en la música hasta 1995 cuando escuché el disco “Peces”, de Lucybell.
Ese disco sonaba a algo novedoso pero parecido a “Dynamo” de Soda Stereo.
No volví a ver a Los
Prisioneros hasta su vuelta, en el estadio nacional, aquel 30 de noviembre de
2001.
"Donde al fin podré
de nuevo respirar, adentro y hondo, alegrías del corazón"
"Al olor de tu
sangre, al sabor de tu cuello, al dolor de tu llanto, al color de tu voz"
"Logro mirarte los
dientes, me emociona si me haces callar"
"Estás presa en esa
ventana y toda esta ciudad hoy tiene el color de tus ojos"
Estamos en 2024 y nadie
supera este gran disco, que sigue influenciando a los músicos jóvenes, incluido
el hijo de Cerati.
Gracias por tanto JG.
* Bonus Track:
2023. Una noche volvía a
mi hogar en un Uber. Ya no tengo 15 años, voy camino a los 50. Era de noche. Santiago
de Chile nocturno, la ciudad con luces, sus habitantes son ahora seres extraños
que pululan por un arrabal a media luz. Al interior del auto comienza a sonar
"Estrechez de corazón" y el chófer me pregunta si le puede dar más
volumen. Le digo que sí.
La música se oía potente,
como de otro mundo, con un sonido de azul profundo.
Me comenta que es una
radio de México que escucha por el teléfono y la conecta al vehículo vía
bluetooth.
- ¡Qué raro que toquen a
los prisioneros! Dice.
¡No es tan raro -le comento
en tono de reflexión- porque este disco lo grabaron en Los Ángeles, California
y sonó harto por allá!
- ¡Aaaah! Responde.
Escucho la música y me
vuelven todas las imágenes que les comento.
La Alameda nocturna,
Providencia, Santiago pasa por la ventana. Es tarde y en el vidrio, como un
ectoplasma, mi mente trae el rostro de una mujer que conozco:
"Estás presa en esa
ventana y toda esta ciudad hoy tiene el color de tus ojos".